miércoles, 29 de diciembre de 2010

Culpable

Habían pasado años. Conté cada uno en madrugadas, tardes y anocheceres. Recordé mientras la lluvia caía sobre mis botas, cuando el sol me arropó en el banco de la plaza y los ciruelos otra vez florecían. Me bajé silenciosa como si huyendo de la palabra me volvería invisible. Subí las escaleras del metro, una a una, tan lentamente como la multitud me dejó. Habían pasado años, todos con sus madrugadas, tardes y anocheceres. Tal vez mientras caminaba pensé en algo, no recuerdo sino mis manos frías y sudorosas, un pequeño temblor en el estómago que me remecía una y otra vez, más y más. La casa estaba rodeada de autos, gente que entraba y salía con el ceño recogido, vidriosos los ojos como si les importara. Entré con la cabeza gacha imaginando que cierto poder robado por algunos minutos, me transformaba en una ausente. El pasillo estaba igual con el viejo papel verde desgastado, las fotos de los tiempos antes de los años, mucho antes de las madrugadas, tardes y anocheceres en que no dejé de recordar. En la pieza rostros que no quise reconocer. Él recogido en su cama, esforzándose por no perder su prestancia. Me volví niña cuando sus ojos me encontraron. Dejé de sentir mi cuerpo, todo lo que podía desmoronarse lo hizo. Sonrió y me saludó como el cómplice que siempre fue, como lo hacía cuando rondaba la calle, mi calle, la nuestra, con el sombrero de los cincuenta, galante, efervecente, soñador. Hice mi venia mientras él volvía a los suyos. Salí por el mismo pasillo rauda, vacía, con la pena de una despedida inútil, estúpida, infantil. En unas horas ese hombre partía qué sé yo dónde. Ese que me deleitó con las más asombrosas historias de lealtades, pugnas y revoluciones. Ese que abría la puerta sin horas, sin preguntas, no sabía de juicios de valor. Recorrí el mismo trayecto avergonzada por la ausencia, mi retiro, mi olvido sin olvido. Bajé por la escalera del metro tan rápido como la multitud me dejó. Habían pasado años, todos con sus madrugadas, tardes y anocheceres. Tal vez mientras caminaba pensé en algo, no recuerdo sino mis manos frías y sudorosas, un pequeño temblor en el estómago que me remecía una y otra vez, más y más. La venia no había sido suficiente, no podía serlo… mi olvido sin olvido era un sin sentido.Ese hombre me enseñó a no huir, a transformar la palabra en presencia, a sonreír con una venia para alegrar el corazón del día del que se cruzara…eso hizo por mí antes de partir. Habían pasado años, todos con sus madrugadas, tardes y anocheceres también para él, quizás él sí olvidó… pensaba mientras el salón de mi clase comenzaba a llenarse. Subí la cabeza, hice una venia mientras sonreí_hoy voy a contarles una historia, una que hizo que hoy yo esté aquí_

1 comentario:

  1. Leí detenidamente tu blog ke inicias... y debo decir ke es una degustación para los receptores. Eskribir es komo el amor, ke es la únika libertad ke hay en el mundo, porke eleva tanto el espíritu ke lo independiza de las leyes de la humanidad y de los fenómenos de la naturaleza.

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