miércoles, 29 de diciembre de 2010

Madrugada de algún día de sosiego

Caminé como tantos para sobrevivir cuando ningún rumbo parecía seguro, entendí que no importa la apariencia del camino sino la melodía con que viajes por él. Que todo es posible, el Viejo Pascuero y el conejo de los huevos de chocolate, la resurrección de Cristo por cierto, un ovni en el jardín, que María sea eternamente virgen, que la vida te sorprenda con un regalo grandioso aunque ese deseo haya sido guardado bajo siete llaves. Todo es posible lo que deja sin ninguna alternativa a los imposibles. Aprendí a mantener mi fortaleza...un día la perdí, lo que soy, mi esencia…un día la abandoné y eso posó una pena en mi alma, de esas que no se retiran, se arraigan, crean raíces sólidas y contundentes. Contundentes porque la pena es una manifestación que en el alma tiene un sentido superior, no es como el dolor que viene y va; la pena del alma determina, te hace zancadillas cuando menos lo esperas, explota y te tiñe, recorta tus pupilas, transforma la luz, se expande en silencio, juega a las escondidas... se transforma en mil colores, más no desaparece. El alma que posee sus recorridos guarda dulces secretos, amargos retratos, suculentos conocimientos. Aprendí a levantarme, mientras sabía también, que volvería a caer, una regla que jamás hay que obviar. Tener certeza que la vida es un viaje y que el viaje se recorre con el alma, centro en que converge la pasión y la conciencia, me han permitido comprender que, desde nuestra hermosa y necesaria diversidad, transitamos con un don...es ese algo que me indica cómo caminar, hacia dónde ir...y qué ponderar.Ah! y que los imposibles son la respuesta de los cobardes,definitivamente. (
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