domingo, 9 de enero de 2011

Lorena Nazal

DECLINO

 Tenía tres sobres en el velador. El cajón de más abajo guardaba tres secretos. Aún así el mueble permanecía ocupando el mismo lugar a pesar de cada cambio, así como aquellos secretos.
 Eran tres. Tres en sobres comunes. Tres que se apoderaban del espacio acostumbrados a no pedir permiso. _La otra mañana brilló aquí en esta ventana_ murmuraba confuso. Aunque no creía que fuera posible, ya no; lo repetía tres veces para escuchar que era cierto. Y sí, sobre el vidrio izquierdo de la ventana caía, día a día, un brillo de luz que él creía era parte sólo de una voluntad escondida.

 La pena le rasgaba impávida los ojos, mientras con coraje las manos temblorosas quitaban el agua para que bajo ninguna circunstancia, ni en soledad, lograra recorrer su rostro. _Qué carajo _volvía a susurrar _el agua es para limpiar los trastes y el cuerpo, si viene de adentro no dejes que te maldiga mátala apenas quiera salir_ _Qué carajo. Qué carajo. Qué carajo_ repetía tres veces para escuchar que era cierto. Entonces sabía que era él quien creaba sus propias imagines, el que combatía, era él quien hablaba. Respiraba profundo robando un poco más de aire para cuando faltara. Un instante de alivio. Aún estaba aquí.

 No podía partir sin dejar a salvo los tres secretos. No podía dejarlos a salvo porque se había empeñado en olvidarlos. Y aunque se habían robado sus tiempos nunca les observó de frente. Nunca recorrió sus rostros. Nunca siquiera les pidió que lo olvidaran. Eran tres. Tres en sobres comunes. Los guardó uno a uno para evitar que el agua de adentro saliera maldiciendo todo lo que sus ojos podrían ver.

Y ahora no estaba seguro de lo que veía o si era él quien alimentaba su cabeza. Tres secretos habían consumido todo lo que tenía y más. _Hoy no brilló aquí en esta ventana_ murmuró confuso. _Carajo_ Abrió el último cajón y tomó uno a uno tres sobres. Se sentó frente a la ventana a esperar el brillo de luz. Tres sobres en la mano. Tres sobres comunes. _La otra mañana brilló aquí en esta ventana_ murmuró. Esta vez no pudo escucharse. El temor lo inmovilizó. Solo alcanzó a ver tres sobres en el suelo. Tres sobres comunes empapados por el agua de adentro. _Los maldije_ pensó, mientras lo envolvía un manto desconocido.           

Aún estaba aquí.

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