lunes, 7 de noviembre de 2011

Lorena Nazal

Sólo sé escribirte en extraño Manuela...

 Cada frontera del territorio plasmaba su presencia con soltura, la misma con la que nacían las melodías más sorprendentes por todas las mañanas, casi desde siempre.

 La voz de la Manuela sonaba a mujer de piernas largas, a caderas revoltosas jugando en solitario a escondidas de los amaneceres, con el deseo de la primera llovizna de los eneros calurosos.

 Sorprendente que danzara en armonía con los tiempos, sin esfuerzo, como si la vida le hubiese crecido adentro de los huesos, con un riguroso cotidiano tan cierto, lógico y útil para vivirse la existencia única y sentir que se fue tan rápido todo; hasta los escandalosos inviernos.

 La bella Manuela, la que creció en medio del desierto, casi como sola aprendió a cantar extraño y hermoso, a marcar la tierra para hacerse un lugar…nada más allá, nada más acá… nada y también todo desde donde mira su frente.


A la Manuela la observaban con dolor recostada en su cama de siempre… hoy quienes la aman lloraron como si estuviese ausente. Ninguno podía haber previsto que la Manuela nacería en medio de un algo de nada… no fue un castigo, la culpa de cualquiera… no… salió así y así se quedó con una exquisita soltura, la misma con la que nacieron las melodías más sorprendentes.

 (Ese otro lugar, el de fronteras dibujadas, yo creo que la Manuela lo inventó para no perderse un segundo de la existencia toda…) 

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